“Tres empresas consumieron 600 árboles para sus facturas”. Bajo este título, recientemente, en un diario nacional, se publicó una nota con un mensaje que conecta al lector con el doloroso crujir de los cedros que caen para ser transformados en facturas, y por ende, en contaminación.
Nada más lejos de la realidad. Posiblemente los cálculos son correctos y 20 millones de facturas equivaldrían a 600 árboles. Lo que no es correcto es inducir al error haciéndonos creer que los árboles se talan para hacer facturas, cuando lo que se utiliza en este subproducto de la madera son sus residuos.
Aclarado este punto, el título que nos ocupa llama la atención por ser parte de la desinformación que ensombrece el cultivo de árboles en Costa Rica, y que atenta contra una actividad productiva tan válida como la siembra de papa, cebolla o yuca.
Igual pero diferente. Veamos. Igual, porque la finalidad es la misma, generar ingresos para los agricultores y sus familias. Diferente, porque además del aporte a la economía nacional, los árboles ofrecen un valor que va mucho más allá del comercio de la madera. Hablamos de un valor que tiene que ver con protección del agua, de suelos y de la biodiversidad, con atracción ecoturística, con mitigación y reducción de gases que producen el calentamiento global, con recreación y con la proyección del país en el plano internacional.
Cruzada por los árboles
Quienes estamos en el sector forestal entendimos, desde mediados de los años ochenta, que el valor de los árboles reside no solo en su capacidad de generar empleo y de producir bienes maderables, sino también, en su potencial para ofrecer servicios ambientales.
Iniciamos así una cruzada en favor de la reforestación, junto con acciones para reducir la deforestación y la degradación de los bosques. El plan de manejo forestal, los sistemas agroforestales, los certificados de abono forestal, el pago por servicios ambientales, el uso de mapas digitales de cobertura forestal, los sistema de posicionamiento global para ubicar cambio de uso, y la regencia forestal, forman parte de esas medidas que sin duda han contribuido, enormemente con el objetivo.
Fue así como logramos aumentar la cobertura forestal que pasó de 40,3% en 1996 a 46,3% en 2000, 51,4% en 2005, 52,3% en 2010 y 52,4% en el 2013, según el XX Informe Estado de La Nación. Además, datos de la Oficina Nacional Forestal indican que, según el mapa de Tipos de Bosque en Costa Rica se estiman 70.000 hectáreas de plantaciones forestales actualmente, es decir alrededor de 1.5% del territorio nacional. También, en el año 2013, la actividad forestal generó 14.226 empleos directos e ingresos por 257 millones de dólares, por concepto de valor agregado por el uso de la madera.
Estos logros parecen no ser suficientes para los detractores de la actividad forestal comercial. Por lo general, el tema sigue generando un debate que raramente supera los discursos polarizados que enfrentan a quienes defienden con pasión y sin límites la preservación de los bosques con aquellos que cultivan árboles como una forma de producir bienes maderables, servicios ambientales, y como forma de vida digna para cientos de familias, principalmente de las zonas más deprimidas del país.
No existen razones objetivas para establecer diferencias entre los desarrollos forestales y la producción de otros bienes agrícolas destinados al consumo alimentario. La discriminación de la actividad forestal se sustenta en visiones extremas relacionadas con la preservación del bosque en sus formas primarias; una visión que en poco contribuye a mitigar el daño ambiental. Cito aquí al Ingeniero Forestal Juan José Jiménez quien afirma: “La sociedad costarricense debe cambiar la percepción ambiental y constructiva del uso de la madera para alcanzar un desarrollo limpio. Un país como Finlandia ha alcanzado un desarrollo forestal, con una sociedad que vive sosteniblemente de los bosques y no tienen remordimiento en el consumo de madera. Se debe proteger el bosque como fin último y no orientarse a una preservación romántica de sus elementos: los árboles”.
Enhorabuena la digitalización de los sistemas de facturación, la mensajería y la literatura, pero que su devenir, no sirva de pretexto para atacar una actividad que es forma de vida para miles de costarricenses y que además, genera bienes comerciales y servicios ambientales para todos.